domingo, 20 de mayo de 2012

1929

"Apenas era yo un muchacho de doce años, cuando en 1929 se inauguró la grandiosa Exposición Iberoamericana del 29. ¡qué espectáculo! Por las calles de Sevilla, donde los naranjos, recién plantados comenzaban a impregnar el aire de un prematuro azahar, correteaba con mis amigos y escudriñábamos a las puertas de las tabernas, las conversaciones que los mayores hacían girar inevitablemente hacia la exposición, a veces, algo exageradas. Dicen que el rey Alfonso XIII, la reina, las infantas y autoridades de todo el mundo vendrán a la inauguración. Que habrá cientos de pabellones, una plaza tan grande, que cabe toda Sevilla. Atracciones,y los más bellos jardines...y cientos de zeppelines que cubrirán el cielo. Sea como fuera, yo no sabía muy bien en qué consistía aquello que alimentaba los sueños de mis vecinos. Y no lo supe, hasta que tuve en mis manos el primer plano de la exposición, que se desplegaba ante mis infantiles ojos, como el mapa de una isla del tesoro por descubrir. Ahora sé que aquella gesta, comenzó veinte años antes, y que tanto le debemos a Aníbal González, arquitecto-director de la exposición que moriría a los pocos días del comienzo de la inauguración. Y a Cruz Conde, quien le dio vida, y al esfuerzo de tantos otros. Decían los mayores, que la exposición se pensó para hermanar a los pueblos hispanoamericanos, para crear un certamen de la cultura, la industria, las artes, las ciencias...para el turismo, el urbanismo y otros muchos ismos. Si bien debía llamarse hispanoamericana, la participación de Brasil o Estados Unidos la ensanchó y le dio el apellido de Iberoamericana. Para mí, a mis doce primaveras, con mi plano de la isla del tesoro, la exposición era un mundo mágico. Con trenes veloces, atracciones increíbles, edificios encantados, iluminaciones fantásticas, con gente de todo el mundo que me invitaban a soñar, y a colarme, porque la entrada más barata costaba media peseta. Una fortuna. De modo que recuerdo bien el día que salté la verja con el mapa bajo mi bolsillo, y me planté en el centro de la Plaza de España...¡qué espectáculo! Aníbal la diseñó con forma semicircular simbolizando el abrazo de España a los pueblos hermanos, y ahora, me acopié en su regazo. Me quedé tan absorto, que cuando llegó la noche y las luces prendieron...creí estar soñando. Entré muchos otros días a la exposición, siempre por mi puerta secreta. Y un día, hasta con un formidable carruaje del burro más rápido de la ciudad, o casi, y me dejaba llevar por aquel mundo de ensoñación, que albergaba magníficos pabellones oficiales, autonómicos, andaluces, industriales y hasta comerciales; y fuera de ella, extraordinarios hoteles como el majestuoso Alfonso XIII.Pero si no sabía hasta que tenía servicio de peluquería para hombres y mujeres... Y junto con la exposición, llegaron también deportes que yo no sabía ni que existieran, como el polo. Mi padre me llevó al encuentro de España y Portugal en la inauguración de lo que hoy es el estadio del Betis, mientras por el río competían los fornidos regatistas. Muchos son los recuerdos de aquellos días que hoy son parte de la ciudad; pero también desaparecieron pabellones como el de Aragón, Castilla la Vieja y León, Canarias, Guinea, el de turismo, el de las industrias valencianas que aún perduran en mi memoria. El veintiuno de junio de 1930 se clausuraba la exposición tras tres intensos meses; y la urbe volvía a recobrar el sosiego de su curso cotidiano. Sin embargo, algo había cambiado sustancialmente. La exposición dejó una fortaleza en el espíritu de sus habitantes, y en el corazón de la propia ciudad, que hoy late con más fuerza que nunca. Cuando hace algunos años llevé a mis nietos a la Expo del 92, volví a sentirme el niño de entonces en una isla que volvía a ser del tesoro"


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